Y la piedra más importante, la clave de bóveda, la última que se coloca y sin la cual todo el edificio se vendría abajo irremisiblemente. Mientras no está en su sitio, todas las demás piedras se encuentran inestables, han de ser sujetadas mediante apoyos, o de lo contrario todo podría derrumbarse. Estaba sumida en estos pensamientos y llegué a la conclusión de que las personas nos parecemos muchísimo a las antiguas iglesias y catedrales.

Nos pasamos la vida poniendo una piedra tras otra. Al principio es fácil poner piedras, todavía no hay muchas. La vida es sencilla, somos niños, la llenamos con juegos, estudios y el cariño de nuestra familia y amigos. Después todo se va complicando. Hay que ir levantando las columnas, las paredes y los arcos con gran sacrificio: aprender mucho, conseguir trabajo, progresar en tu carrera, formar una familia. Nos autoimponemos toda esa serie de metas y nos decimos: "¡cuando la catedral esté terminada, todo será maravilloso!" Pero, ¿y si al final, cuando ya la has terminado de construir, no consigues encontrar una clave de bóveda que encaje a la perfección? ¿y si tu diseño, tu plan, no ha dejado hueco para ello? Entonces nos veremos obligados a usar apoyos artificiales durante el resto de nuestra vida... o derrumbar nuestra iglesia, o parte de ella, y volver a empezar...
En el fondo siento cierta envidia por los cristianos creyentes (pero de los creyentes de verdad, no de esos católicos de domingo a las 12:00) porque creo que ellos sí tienen su clave de bóveda que dota de todo el sentido a su proyecto de vida. A los demás no nos quedará más remedio que buscar otras alternativas para que el diseño de nuestro edificio sea también armonioso y no se tambaleé.