sábado, 24 de julio de 2010

Clave de bóveda

El otro día contemplaba las enormes columnas de una iglesia gótica que me encanta por su simplicidad y sobriedad, y al mismo tiempo, lo majestuosa e imponente que es. Pero el nombre de la iglesia no viene al caso ahora mismo. Lo que siempre me ha maravillado de estas obras arquitectónicas es la capacidad del ser humano para levantarlas, sin apenas medios, únicamente la fuerza de sus brazos y el ingenio de los arquitectos de entonces. Parece mentira que todo se sostenga perfectamente en virtud del peso mismo de las enormes piedras, cada una en su sitio, cada una con su tamaño y forma precisos, desconocedoras de su pertenencia a un plan mucho más elevado que el de ser una simple piedra.

Y la piedra más importante, la clave de bóveda, la última que se coloca y sin la cual todo el edificio se vendría abajo irremisiblemente. Mientras no está en su sitio, todas las demás piedras se encuentran inestables, han de ser sujetadas mediante apoyos, o de lo contrario todo podría derrumbarse. Estaba sumida en estos pensamientos y llegué a la conclusión de que las personas nos parecemos muchísimo a las antiguas iglesias y catedrales.

Nos pasamos la vida poniendo una piedra tras otra. Al principio es fácil poner piedras, todavía no hay muchas. La vida es sencilla, somos niños, la llenamos con juegos, estudios y el cariño de nuestra familia y amigos. Después todo se va complicando. Hay que ir levantando las columnas, las paredes y los arcos con gran sacrificio: aprender mucho, conseguir trabajo, progresar en tu carrera, formar una familia. Nos autoimponemos toda esa serie de metas y nos decimos: "¡cuando la catedral esté terminada, todo será maravilloso!" Pero, ¿y si al final, cuando ya la has terminado de construir, no consigues encontrar una clave de bóveda que encaje a la perfección? ¿y si tu diseño, tu plan, no ha dejado hueco para ello? Entonces nos veremos obligados a usar apoyos artificiales durante el resto de nuestra vida... o derrumbar nuestra iglesia, o parte de ella, y volver a empezar...

En el fondo siento cierta envidia por los cristianos creyentes (pero de los creyentes de verdad, no de esos católicos de domingo a las 12:00) porque creo que ellos sí tienen su clave de bóveda que dota de todo el sentido a su proyecto de vida. A los demás no nos quedará más remedio que buscar otras alternativas para que el diseño de nuestro edificio sea también armonioso y no se tambaleé.
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