martes, 21 de septiembre de 2010

Menú del día 7,50 (incluye bebida, café y mala leche infinita)



Hoy he tenido el "placer" de comer en uno de esos "restaurantes de barri" al que, ya advierto de antemano, no tengo intención ninguna ni ganas de volver. La verdad es que hacía tiempo que no topaba con una camarera tan "borde". No daré el nombre del establecimiento, pues estoy intentado olvidarlo, y tampoco es plan de joder al prójimo y además, oiga, debo reconocer que mal no se comía y salía bastante económico el medio menú (es lo que me ha decidido a entrar, pues no tenía tanta hambre para un menú entero, lo cual es una suerte pues me ha librado de un primer plato con ese trato tan "cariñoso"). Pero como es llamativo y muy poco frecuente encontrar tal compendio de "lindeces" y tanta "gracia resalá" conjugados en una misma persona y un mismo día, no he podido por menos que escribirlo aquí. Porque me ha llegado al alma tanta antipatía junta y, más que enfadarme, al final la situación me ha divertido bastante (eso sí, diré que ya no he tenido arrestos para tomar café).

Bueno, comencemos. En primer lugar he de reconocer que me he personado en el local a horas un tanto intempestivas (las 3 y media pasadas) pero en mi descargo también diré que muy educadamente he preguntado si todavía era posible comer. A lo cual la protagonista de esta entrada me ha contestado con un lacónico "sí". He intuido que debía seguirla, y allí me ha dejado tirada en medio del comedor mientras ella buscaba unos cubiertos y el clásico mantelito de papel individual. Después me ha espetado con un tono bastante brusco que dónde quería sentarme y, como he dudado un segundo, la interfecta por su cuenta y riesgo ha decidido colocarme en la única mesa que daba la espalda a la tele -un gran detalle privarme de la tele, teniendo en cuenta que iba sola y el comedor estaba casi vacío- y además, bastante coja -la mesa, no ella, que tampoco era manca. Pero bueno, he visto que solo había anuncios y el típico telefilme de coger la siesta y he decidido que no valía la pena rechistar, no cosa fuera que la bruja sacara la escoba y me sacudiese, o me clavase el cuchillo de postre en los higadillos.

Tras esta calurosa acogida, mi simpática camarera me ha preguntado si estaba cómoda y todo era de mi agrado (es broma), y ha pasado a tomar nota. He pedido medio menú del día: chuletas a la plancha con verduras de guarnición (en el menú las opciones de guarnición eran ensalada, patatas fritas o verduras). Mientras tanto ha traído la bebida, con cara de no haber echado un kiki como dios manda en muuuuuucho tiempo, y un cestito de pan-goma con mosquitas de la fruta revoloteando por encima, a modo de acompañamiento (menos mal que mi religión me aconseja no comer mucho pan).

Tras unos agradables ejercicios de cuello para ver la tele, al son de un "plaf" en la mesa ha aterrizado el plato de chuletas, con ensalada y sin explicaciones. Cuando he osado valientemente preguntar por mis verduras, he obtenido una cara de mala baba y un "es que no había verdura de guarnición", acompañado de un implícito "¿es que eres tonta o qué? no me hagas perder el tiempo ...". Ya no he tenido el tamaño atrevimiento de pedirle la vinagrera para aliñar la ensalada y me he levantado yo misma a cogerla de otra mesa. Cuando volvía a mi sitio me he cruzado con mi simpática amiga, entorpeciendo su decidida marcha durante una milésima de segundo y ganándome una mirada de las que si matasen yo ya estaría bien tiesa y fulminada... He optado por refugiarme en mi plato, iniciando la danza-de-la-mesa-coja al ritmo del cuchillo contra la carne.

Eso sí, rapidez en el servicio no tengo queja ninguna: apenas estaba acabando de dar cuenta de mis chuletas y ya ha venido a tomar nota del postre, pillándome con la boca completamente llena. Situación harto incómoda, pues odio hablar en esas circunstancias, pero mucho más me incomoda tener a un genuino cardo borriquero plantado ante mí esperando respuesta. La tarta no era casera, pero el cardo me ha informado de que tenían una mousse de limón que sí lo era. Cuando me la ha traído he descubierto, maravillada, que era una mousse de limón casera con sabor a coco totalmente deliciosa (si llegarán a innovar hoy en día que han logrado hacer crecer cocos en los limoneros) y, de verdad, que ya me ha entrado la risa floja con todo aquello.

Finalmente he decidido que "café no quiero, gracias, ¿dónde se paga?" y, tras intentar la buena mujer cobrarme el precio del menú completo en lugar del medio menú, me he despedido huyendo cual alma que lleva el diablo de tan confortable y delicioso lugar, no sin antes prometerme a mí misma reunir muy buenos motivos antes de volver a osar cruzar su puerta. No me había encontrado con una camarera tan borde desde aquella vez que quisieron endosarme un yogur caducado bajo el pretexto de "no está caducado, ¡es que la fecha esa es del año que viene!" (previamente ya había endosado a una amiga un plato de coliflor suplantando a la col que ella había pedido, hay testigos).

Para compensar, a café me ha invitado un camarero ultra-simpático que estaba aburrido secando la lluvia de las sillas y mesas en una terraza, y prácticamente me ha obligado a sentarme cuando pasaba por allí. Juro que le he dicho que no quería café, pero ha entrado al asalto, insistiendo en invitarme y colocarme en la terraza desierta (las técnicas de marketing cada día son más agresivas, vive Dios). Además, recordemos que no había tomado café, con lo cual también he sido más fácil de convencer. Me ha dado palique, me ha invitado a café, y me ha llamado guapa y preciosa gratis también, más no se puede pedir la verdad. Parece como si los hados hubieran decidido premiarme de alguna manera tras mi áspera experiencia en el restaurante-de-nunca-jamás. ¿Será verdad eso del ying y el yang? ¿Que cada polo tiene su opuesto y que después de la tempestad viene la calma? ¿que el bien y el mal son dos caras de la misma moneda? Desde luego esta tarde ha sido de extremos radicales: creo que he conocido a la camarera más borde y al camarero más simpático y resalado de mi barrio, todo en menos de una hora y a menos de 500 metros de mi casa. Para que luego digan que es necesario viajar mucho para conocer gente, culturas y costumbres diferentes y exóticas, jeje.

2 comentarios:

  1. Buenísima tu entrada, ja, ja, me hubiese gustado verte en la situación.

    En MCDonalds no te hubiese pasado eso, ja, ja. El trato puede ser igual de mal, pero dura pocos segundos (lo que se tarda en freir una BigMac con patatas y cobrar).

    Ahora en serio, te compadezco por la experiencia, pero siendo justos hay que decir que en la mayoría de restaurantes de menú del día de este país te atienden bastante bien y comes aceptablemente o incluso bien, por entre 8 y 10 euros, lo cual no lo encuentras fácilmente en ningún otro país "desarrollado", ja, ja.

    Salu2

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  2. Eso que dices es muy cierto. Porque de lo contrario, si todos los restaurantes fueran como el garito del averno al que fui a parar ayer, amos, ibas a empezar a verme con el tupper-ware a cuestas todos los santos días... palabra.

    Y en cuanto al McDonalds, lo siento, pero mi relegión me prohibe expresamente comer cualquier cosa salida de sus fogones (en todo caso alguna ensalada) ;)

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