Fevissela es una chica-mujer (o adulta-adolescente, como una personita muy querida me llamó una vez), que ha decidido empezar a escribir este blog en una de esas mini-crisis existencialistas que todos tenemos alguna vez. El cesto es muy grande, por si acaso, porque no sé muy bien todavía qué pensamientos y experiencias compartiré aquí, aunque pretendo escribir sobre todo aquello que me conmueva, me impresione, o me lleve a reflexión.
miércoles, 25 de agosto de 2010
Los celos
¿Quién no los ha sufrido alguna vez? Se siente una fuerte opresión en la boca del estomago y una especie de angustia en el pecho, de pronto te cuesta respirar. El pulso se acelera, notas las palpitaciones, la sangre fluye con fuerza hacia las sienes impidiéndote pensar con claridad y de repente te das cuenta de que acabas de perder el control: la razón se te está nublando. Esa sensación de rabia contenida, de angustia y resentimiento profundo contra aquello que percibes peligrosamente amenazador para tu seguridad, tu algo especial con tu alguien querido, desencadena una serie de reacciones físicas y psicológicas en nosotros que quien más quien menos, ha tenido ocasión de experimentar en alguna que otra ocasión. Ahí los tienes: son los celos. Artífices de las más intensas tragedias amorosas en la ficción y causantes de numerosos dramas familiares cuando se convierten en una obsesión enfermiza que concluye en acoso, tortura psicológica, maltrato, y en el peor caso asesinato. No puedo dejar de nombrar esa película de Icíar Bollaín "Te doy mis ojos", fantástica y terrible a la vez, nunca olvidaré aquella escena donde la protagonista se orina encima del miedo que le invade ante la presencia de su marido.
Pero bueno, no son de esos celos de los que quería hablar hoy. Sin considerarme una persona celosa (en mis relaciones nunca he sido posesiva, ni desconfiada sino todo lo contrario, ni ando preguntando cuándo entras y cuándo sales, y dónde has estado y con quién andas, o "te he visto mirando a esa" a todas horas, o la variante no-me-fío-de-dejarte-solo-ni-un-minuto), en algunas ocasiones he vivido la experiencia que describía al principio.
En esos casos nuestro cerebro está dividido, un hemisferio (el izquierdo, el racional, frío, analítico y calculador) se percata de la situación y le dice al alocado hemisferio derecho "¿Pero qué te pasa? Tranquilízate, no seas tan visceral, ¿no te das cuenta de que no tienes motivo? Son tonterías que se han infiltrado en tus neuronas ¡tienes que deshacerte de esos pensamientos absurdos!". Pero el derecho le dice "¡Cállate! Siempre tienes que estar racionalizándolo todo, no te soporto, siempre con tu frialdad ¿no ves que ya no nos quiere como antes? ¿que prefiere a otras? ¿que ya no le gustamos? ¿que nos va a abandonar cualquier día de estos por otra más guapa o mejor? ¡Deja de analizar con tu fría lógica y haz algo rápido o todo se va a ir a hacer puñetas!"
Y en ese diálogo lo deseable sería que a la larga saliese vencedor el hemisferio izquierdo (siempre y cuando los celos sean infundados, claro está, porque si hubiera razones de peso... lo normal para mí en ese caso es la separación, aunque aquí entraríamos en la disquisición de si deben tolerarse o no las infidelidades, lo cual en mi opinión merece una entrada al margen de esta). Pero claro, no siempre triunfa la razón como bien sabemos y a veces la cosa termina en desgracia ... Sin embargo, y aún mereciendo mi más profunda desaprobación ese tipo de celos compulsivos y paranoicos, pienso que tampoco es mal síntoma algún "pellizco" de celos de vez en cuando porque hasta donde yo sé, las relaciones amorosas las capitanea sobre todo nuestro hemisferio derecho, el intuitivo, el apasionado, el creativo, el poeta, el romántico. Y si nuestro querido hemisferio derecho no tiene capacidad de enfadarse o alterarse de ciento en viento, entonces posiblemente es que el pobrecito está sumido en un letargo demasiado profundo. A veces también los celos pueden ser un aviso de alguna pequeña carencia, como cuando se te cae el pelo porque te faltan vitaminas o minerales.
Yo no soy de las que se me mosquean cuando pillo in-fraganti al ladrón con las manos en la masa mirándole las domingas a la de al lado en la playa, o las piernas y el culo a la de la minifalda (aunque tampoco es que disfrute precisamente con ello, claro, pero tengo asumido ya a estas alturas que no lo pueden evitar, lo que pasa es que algunos son más disimulados o se cortan más que otros...). También sé perfectamente el tipo de fotos y pelis que ven a veces los tíos, o los comentarios soeces que pueden llegar a hacer entre ellos sobre tal o cual "pivón". Mayormente he vivido entre ingenieros toda mi vida (los no-ingenieros tampoco son muy diferentes de todos modos) y puedo asegurar que al final se abstraen, se desinhiben y se olvidan de que eres chica, y empiezan a largar por esa boquita, así que los conozco mejor que su propia madre. Por cierto, he descubierto los casados y con hijos ¡¡son los peores con diferencia!!. Vamos, que estoy bastante curada de espanto sobre la naturaleza del género masculino. Me da la sensación de que muy pocos o ninguno se libran de ciertos "vicios". Pero reconozco que a veces las cosas me superan y entonces mi hemisferio derecho monta en cólera, pese a que en mi persona la racionalidad suele llevar la voz cantante, creo. Hasta en Laponia hará calor alguna vez, digo yo ...
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Dicen que los celos son un ingrediente indispensable del amor, aunque consumidos en exceso pueden ser también la causa del final de una relación...
ResponderEliminarLo que es seguro es que no habitan en el hemisferio racional... los celos, el amor, son lo más irracional (y humano) que existe.
Hola, me encanta esa definición de celos...yo ya ni siento ni padezco...y me pregunto...se supone un avance o un retroceso?
ResponderEliminarTe sigo...la anónima